Los problemas ambientales escondidos tras la ficción | Revista Magna

Estos últimos se han convertido en elementos literarios y cinematográficos de ciencia ficción o en parte fundamental de la educación infantil, pero lamentablemente suelen ser olvidados por los adultos.

Por Ana Virginia Lona

18/05/2016. Revisado el 4/09/2020.

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que hemos transformado a nuestro planeta en un hábitat insalubre? ¿Será que nos sentimos tan culpables que evitamos aceptar que nuestros actos tienen consecuencias?

Parecen preguntas obvias, lo sé; pero, de vez en cuando, a las obviedades hay que enfrentarlas como si les viéramos las caras por primera vez en la vida. ¿Por qué creemos que los problemas ambientales son tan lejanos e irreales que no valen la pena ser tomados con urgencia? Estos se han convertido en elementos literarios y cinematográficos de ciencia ficción o en parte fundamental de la educación infantil, pero lamentablemente suelen ser olvidados por los adultos sin grandes consecuencias.

Es más, pareciera que hablar de los temas y factores que atraviesan la contaminación ambiental se ha compartimentado: en ciertas áreas institucionalizadas se habla del cambio climático; en otras, como en los centros educativos, se habla de producir menos basura; mientras que en otras tantas, como en ONG, asociaciones y fundaciones, se habla de la deforestación indiscriminada o del maltrato animal.

Sí, por supuesto que no se pueden solucionar todos los problemas de un pincelazo, aunque esta forma de difundirlos da la impresión de que los que se ocupan de una cosa no tienen en cuenta la otra. Da también una falsa impresión al público en general de que ciertos problemas no están relacionados con otros, sin embargo, los desequilibrios ecológicos tienen mucha relación con la deforestación no controlada, por ejemplo.

¿Por qué creemos que los problemas ambientales son tan lejanos e irreales que no valen la pena ser tomados con urgencia?

A esto hay que sumarle que estos temas también son presentados al público en las producciones culturales de manera tal que alimenta esa idea compartimentada. Por un lado, hay una enorme cantidad de productos culturales que ficcionalizan el tópico medioambiental usualmente utilizando el género ciencia ficción o un lenguaje infantil.

Narraciones literarias como El Año del Diluvio de Margaret Atwood y cinematográficas como Avatar de James Cameron o El oso Yogui, la película sobre el famoso personaje oso y su amigo BooBoo, son prueba de esto.

El año del diluvio1 es una novela que se sitúa en el futuro para narrar las peripecias de un grupo de sobrevivientes de un desastre natural provocado por un desequilibrio ambiental fruto de las malas políticas corporativas y estatales en relación al medio ambiente. La proyección temporal puede servir para impresionar nuestra consciencia, pero también puede ser una trampa si no estamos dispuestos a aceptar que lo que ocurre en la actualidad tiene consecuencias en el futuro.

Es muy común ver en las producciones audiovisuales destinadas al público infantil una crítica a la contaminación ambiental y al desequilibrio ecológico de algunos actores sociales que los fomentan por ignorancia o desidia. En la película El oso Yogui, el famoso animal intenta salvar el parque Jellystone, una reserva natural, de un inescrupuloso inversionista que quiere sacar provecho del espacio para ganar dinero fácil y rápido.

No dudamos ni un segundo en enseñarles a nuestros hijos, sobrinos o nietos que arrojen la basura a cestos destinados a los desechos y no a la calle. No obstante, como adultos, no somos capaces de hacer lo mismo. No nos incomoda poner en los hombros de los niños una responsabilidad que ni nosotros nos animamos a asumir.

Podríamos probar, como ejercicio creativo, imaginar que algo podemos ir cambiando y asumir nosotros también que tenemos la responsabilidad de arrojar el envoltorio del caramelo o el paquete de cigarrillos al cesto de basura.

Por otro lado, tenemos la antes mencionada Avatar, que nos relata la invasión de grupos militares extranjeros pagados por corporaciones para extraer de una comunidad habitada por seres interdimensionales, un recurso natural escaso y, por esta razón, de mucho valor comercial. Esta práctica en la película tiene una importancia menor, ya que el foco lo ponemos en estos seres y su entorno sobrenatural. Empero, este tipo de actividades invasivas llevadas a cabo por corporaciones es más frecuente de lo que nos gustaría aceptar como parte de nuestra realidad2.

Si James Cameron hubiera optado por contar la historia sin la particularidad sobrenatural de los nativos invadidos, la película no hubiera tenido la misma recepción. De igual manera hubiera ocurrido con todas las producciones audiovisuales y literarias destinadas a los niños.

La ficcionalización de ciertos tópicos suele ser una estrategia para naturalizar una determinada visión del mundo, cuyo sentido sostenga intereses de ciertos grupos de poder y oculte al mismo tiempo que tira abajo argumentos de la crítica. Estas operaciones de asociar ciertos tópicos a una visión infantil de la realidad, ingenua e inocente o a una cosmovisión idealizada, sobrenatural o futurista, se nos pasan por alto cuando consumimos productos para entretenernos.

María Eugenia Betancourt3, en el artículo La ficcionalización: dimensión antropológica de las ficciones literarias de Wolfgang Iser, en su análisis de la noción de Iser «la dimensión antropológica de la ficcionalización», plantea que la ficción no debe tomarse como irreal, sino como una forma de pensar mundos posibles. Esta capacidad de crear alternativas de nuestra realidad revela nuestras limitaciones cognitivas de aquello que se nos presenta como desconocido o inalcanzable.

De alguna manera, sentimos que el problema ambiental nos excede y que no está a nuestro alcance una acción efectiva. Nos sentimos más cómodos imaginando que esos mundos inhóspitos solo pertenecen a la ficción porque nos vemos incapaces de actuar para impedir su destrucción. Podríamos probar, como ejercicio creativo, imaginar que algo podemos ir cambiando y asumir nosotros también que tenemos la responsabilidad de arrojar el envoltorio del caramelo o el paquete de cigarrillos al cesto de basura. Es claro que eso no resolverá todos los problemas, ni tampoco cambiará el mundo en un santiamén, pero podemos comenzar a crear otros mundos, esos posibles de los que sí nos gustaría formar parte.

  1. Breve reseña de El Año del Diluvio, Margaret Atwood en eraseunavez.com.
  2. Leer los artículos en Revista Magna Megaminería y movilización social y Delfines: una serie de terror de Ma. Soledad Chiramberro.
  3. María Eugenia Betancourt, Licenciada en letras, Venezuela. Reseña en Letralia.

Publicado y corregido en su versión original por Revista Magna. Revisado el 4/09/2020.

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